Diagnóstico de Fiebre Mediterránea Familiar

La Fiebre Mediterránea Familiar (FMF) es el paradigma de los síndromes autoinflamatorios, sin dudas el mejor conocido y más frecuente. Es una enfermedad hereditaria caracterizada por episodios recurrentes y breves de fiebre y dolor por inflamación de una o varias serosas (peritoneo, pleura, pericardio, sinovial o túnica vaginal del testículo).

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Afecta predominantemente a sujetos con ancestros originarios de la cuenca del Mediterráneo y de Oriente Medio, incluyendo a armenios, judíos sefardíes, turcos, árabes y menos comúnmente griegos e italianos. En poblaciones de alto riesgo es de alrededor de 1 a 3 pacientes por 1000 individuos. Desde que se ha descubierto el gen responsable de la enfermedad, la FMF está siendo diagnosticada cada vez con mayor frecuencia, incluso en poblaciones en las que se pensaba que era muy rara, como italianos, griegos y americanos.

Es asimismo la primera enfermedad autoinflamatoria en la que se encontró una causa genética: mutaciones en el gen MEFV (MEditerranean FeVer, localizado en el brazo corto del cromosoma 16) que codifica a una proteína de 781 aminoácidos denominada pirina (“fiebre y fuego” en griego) por el International FMF Consortium. Dicha proteína es expresada primariamente en el sistema inmune innato, en el citoplasma de granulocitos, monocitos activados por citoquinas, células dendríticas y fibroblastos. La proteína pirina tiene un rol clave en el control de la inflamación y la apoptosis a través de su relación con otras proteínas que conforman el inflamasoma, un complejo multimolecular que una vez activado desencadena una serie de clivajes enzimáticos que llevan a la activación de la caspasa 1 y la consiguiente activación de la IL-1β. Las mutaciones en pirina tendrían una acción inhibitoria de la actividad del inflamasoma, causando un incremento de la activación de IL-1β y una mayor activación del sistema inmune innato.

La enorme mayoría de los pacientes (90%) tiene el primer síntoma de la enfermedad en la infancia o adolescencia y es algo más frecuente en varones que en mujeres. Los pacientes de FMF sufren episodios inflamatorios agudos, donde el principal síntoma de la enfermedad es la fiebre alta (39 – 40°C) recurrente acompañada de dolor abdominal peritoneal (90 % de los pacientes), dolor torácico (20-40 %) y/o dolor articular (50 – 60%), habitualmente breves (24 – 72 horas) que remiten espontáneamente y recurren a intervalos periódicos. Se han postulado numerosos factores desencadenantes de estos episodios, tales como el estrés físico o psicológico, el ejercicio físico intenso, las infecciones virales, los traumatismos, el ciclo menstrual y factores ambientales como las estaciones frías. Otra característica de los episodios de FMF es su gran variabilidad, tanto en los síntomas presentes como en la intensidad de los mismos.

También pueden existir artralgias o artritis, rash erisipeloide, pericarditis, orquitis, aftas orales, mialgias y muy raramente meningitis aséptica. El dolor abdominal puede simular un abdomen agudo y puede acompañarse de vómitos. Habitualmente la artritis es monoarticular (generalmente grandes articulaciones de las extremidades inferiores, tobillo o rodilla) y suele tener una duración algo más prolongada que otros signos de FMF. En los niños estas manifestaciones pueden ser escasas, siendo la fiebre aislada recurrente la forma clínica más frecuente. En aquellos pacientes en quienes no se hizo oportunamente un diagnóstico y tratamiento correctos, el inicio de edemas y proteinuria puede marcar el motivo de consulta debido a una amiloidosis AA ya instalada.

Dado que la fiebre y el dolor abdominal son dolencias muy comunes en la infancia, el diagnóstico de esta enfermedad durante el primer ataque y en ausencia de antecedentes familiares es difícil y puede llevar hasta 2 años incluso en poblaciones de alto riesgo. A menudo el cuadro abdominal agudo requiere de un amplio diagnóstico diferencial tanto de afecciones quirúrgicas abdominales como de no quirúrgicas, además de descartar el resto de las fiebres periódicas hereditarias. A pesar de algunas similitudes entre estas, hay marcadas diferencias clínicas, genéticas y fisiopatológicas.

La principal complicación de la FMF es la amiloidosis de tipo AA, habitualmente de tipo renal, como consecuencia de procesos inflamatorios repetidos y no controlados durante años.

El tratamiento de la FMF tiene como objetivos el alivio sintomático de las crisis, la prevención de los ataques y disminuir el riesgo de la aparición de amiloidosis. La colchicina es la terapia de elección administrada en forma continúa a lo largo de toda la vida, ya que disminuye la frecuencia o incluso logra abolir la aparición de crisis y reduce el riesgo de amiloidosis. Existe un pequeño grupo de pacientes (1 a 5 %) que no responden a la colchicina, alternativamente son tratados con antagonistas de la IL-1.

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Fuente: Fares Taie Instituto de Análisis