El cambio climático podría liberar peligrosos microbios atrapados en el hielo

En 2014 un equipo de investigadores del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia hizo un inquietante descubrimiento en las profundidades del permafrost* en Siberia.

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A unos 30 metros de la superficie, enterrado en el suelo congelado, los científicos detectaron la presencia de un virus que llevaba al menos 30.000 años inactivado: Pithovirus sibericum. Lo preocupante, es que, de vuelta al laboratorio, los investigadores comprobaron que estaba vivo, y que era capaz de infectar a sus víctimas: las amebas.
Pero no todos los microorganismos que duermen en el hielo atacan a las amebas.

Investigadores estadounidenses encontraron un virus patógeno de plantas con 140.000 años de antigüedad y otros lograron ‘revivir’ a una bacteria inofensiva, pero que llevaba 750.000 años atrapada en el hielo. También hay sospechas de que los cadáveres congelados de personas y animales enterrados en el permafrost podrían ser un refugio para agentes infecciosos de otras épocas, como la influenza o la viruela.

En 2007, investigadores encontraron restos del virus de la gripe española de 1918 en el cadáver de una mujer muerta en el permafrost de Alaska 75 años atrás, y así se cree que pudo haber ocurrido a finales del mes pasado, cuando las autoridades sanitarias rusas alertaron de un brote de carbunco, posiblemente originado a partir del cadáver de un reno (Rangifer tarandus), en la región de Yamalia Nenets, en Siberia. Pero el carbunco no es la única amenaza.

“En 2012, un equipo de investigadores encontró indicios de la viruela en dos momias del siglo XVIII. Si este virus fuera liberado al ambiente, las consecuencias podrían ser muchos más graves que la de este brote de Siberia”, escribió Jean Michel Claverie, microbiólogo del CNRS y descubridor de Phitovirus.

Frente al carbunco, una enfermedad asociada al ganado en amplias zonas del mundo, una infección de viruela supondría el retorno temporal de una grave enfermedad ya erradicada y que, solo en el siglo XX, causó entre 100 y 300 millones de muertes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Enfrente, tendría una población que ya no está vacunada contra ella.

“Muchos virus y muchas bacterias están almacenados en el permafrost y sobreviven ahí sin problemas. Por eso existe el riesgo de que cuando el suelo se descongela la población se infecte con ellos”, explicó Felipe Gómez, microbiólogo del Centro de Astrobiología que investiga la ecología de este ambiente. Pero no cree que haya motivos para alarmarse: “Es un proceso que ya ha ocurrido en la historia, de forma natural, no espero grandes catástrofes”.

Para Bruno González Zorn, Director del Departamento de Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, la clave para evitar riesgos es mantenerse vigilantes. “Seguramente surgirán patógenos víricos y bacterianos antiguos, para los que no estamos preparados hoy, pero también serán patógenos que hemos derrotado en el pasado. No creo que provocasen enormes alarmas sanitarias, sino brotes que serían controlados rápidamente”.

Con unos efectos del cambio climático ya visibles en el Ártico, incluyendo un año récord en las temperaturas de Siberia, Jean Michel Claverie cree que habrá que preocuparse cuando la industria comience a acceder a zonas antes dominadas por el hielo: “Van a exponer al aire suelos congelados durante cientos o miles de años, liberando las incontables bacterias que contienen”.

Mientras tanto, el cambio climático amenaza con extender las enfermedades tropicales, como la fiebre zika, la malaria o el dengue, por los territorios templados.

(*) En geología, se denomina permafrost a la capa de hielo permanentemente congelado en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías o periglaciares como es la tundra. Puede encontrarse en áreas circumpolares de Canadá, Alaska, Rusia y norte de Europa entre otras. El permafrost se puede dividir en pergelisol, la capa helada más profunda, y mollisol, capa más superficial que suele descongelarse.

En algunas partes del mundo, el permafrost penetra profundamente bajo tierra. Debajo de los suelo de Barrow, Alaska (Estados Unidos), hay 440 metros de permafrost, y en áreas de Siberia (Rusia) el permafrost tiene aproximadamente un kilómetro y medio de grosor. Se requiere de mucho tiempo para que el suelo se congele hasta tales profundidades. El permafrost de áreas menos profundas puede formarse relativamente rápido: los primeros cien metros de suelo se pueden congelar en sólo unos cientos de años. Pero tarda mucho más tiempo, quizás decenas o centenas de años, para que el suelo se congele cientos de metros. Por ejemplo, en sólo 350 años de clima frío, el suelo se puede congelar hasta unos 80 metros de profundidad, pero tarda diez veces más tiempo para congelarse hasta unos 220 metros de profundidad. Los científicos estiman que tardó más de medio millón de años para que se formara permafrost en las profundidades bajo la superficie de los suelos de Arrow, en Alaska.

En comparación con el largo tiempo que tarda en formarse, el permafrost se ha ido descongelando, relativamente rápido, durante los últimos años. Los científicos han encontrado que la tasa de descongelamiento del permafrost ha aumentado a causa del calentamiento global. Cuando el permafrost se descongela, se ven afectados la atmósfera, la tierra, el agua y los seres vivos.

Fuente: REC