Autora: Sarah Pitt1
Como los síntomas de la COVID-19 –fiebre, tos, dolores– son similares a los síntomas de la influenza, es tentador comparar las dos. De hecho, el nuevo secretario de Salud del Reino Unido, Sajid Javid, dijo recientemente: “Tendremos que aprender a aceptar la existencia de la COVID-19 y encontrar formas de afrontarla, tal como ya hacemos con la influenza”.
Pero ¿hemos elegido la enfermedad equivocada para comparar a la COVID-19? Fuera de una pandemia, aceptamos que la influenza estacional es una infección que cualquiera puede contraer. Solo vacunamos a aquellos que son particularmente propensos a sufrir complicaciones y tratamos a las personas con efectos secundarios graves, como la neumonía. De lo contrario, se deja que la gente se ocupe de sus asuntos. Las muertes a nivel mundial por enfermedades relacionadas con la influenza suelen ascender a alrededor de 400.000 al año.
Si bien necesitamos encontrar alguna forma de vivir con la COVID-19, los números sugieren que todavía estamos muy lejos de poder tratarla de la misma manera. Se han registrado más de 180 millones de casos en todo el mundo desde principios de 2020, y al menos 4 millones de personas han muerto a causa de la enfermedad. Además de esto, todavía no estamos seguros del efecto real de la COVID-19 prolongada, pero los síntomas duraderos son comunes, y una de cada 10 personas sigue padeciendo la enfermedad 12 semanas después de la infección. Actualmente, el efecto sobre la salud de la COVID-19 en la población es mucho mayor que el de la influenza.
También sabemos que la COVID-19 es más contagiosa. Podemos estar seguros de esto porque durante los últimos 18 meses las medidas para controlar la enfermedad han reducido los casos de influenza a casi ninguno, pero obviamente no han sido tan efectivas como para detener la propagación del SARS-CoV-2. Los casos estuvieron cerca de cero en el Hemisferio Sur durante su invierno a mediados de 2020 y nuevamente en Europa y América del Norte entre noviembre de 2020 y marzo de 2021. Incluso en países con altas tasas de COVID-19, como Sudáfrica y Reino Unido, en invierno apenas se registraron casos de influenza.
Todo esto sugiere que el uso de los métodos típicamente utilizados para combatir la influenzatendrá un efecto bastante diferente sobre la COVID-19. Tratarla como la influenza resultará en muchos más casos y muertes, y una enfermedad mucho más persistente que la que se ob-serva en una temporada de influenza típica.
Otra comparación
Por supuesto, el SARS-CoV-2 –el virus que causa la COVID-19– comparte algunas características con los virus de la influenza, lo que hace que sea tentador compararlos. Alrededor de 20% de las personas no presentan ningún síntoma cuando se infectan con el SARS-CoV-2, y muchas personas infectadas con el virus de la influenza tampoco enferman. Ambos virus son propensos a numerosas mutaciones. Y con ambas enfermedades, las personas mayores y las personas con sistemas inmunitarios debilitados corren un mayor riesgo de sufrir una enfermedad grave que los adultos jóvenes sanos, y las infecciones se propagan rápidamente en los hogares de ancianos, las salas de los hospitales y las escuelas
Pero muchos de estos rasgos también son compartidos por otro germen: el norovirus. También puede ser asintomático en algunas personas y muta rápidamente: se han encontrado diferentes cepas de norovirus circulando por el mismo hospital durante una temporada. De hecho, a medida que se propaga, el norovirus a veces cambia tanto que las pruebas estándar no pueden reconocer las versiones que han evolucionado.
La mayoría de las personas con infecciones sintomáticas por norovirus tienen diarrea, pero algunas también experimentan vómitos violentos (que se expulsan como si fuera un proyectil). Esto crea un aerosol lleno de virus que se propaga por cualquier habitación y lo deposita en las superficies, esperando que otros lo recojan, como ocurre con los virus respiratorios. La COVID-19 también causa diarrea en algunos pacientes. La influenza no es la única enfermedad viral con la que se puede comparar la COVID-19.
Del mismo modo, existen muchas diferencias entre el SARS-CoV-2 y el norovirus, entonces, ¿por qué tratar de hacer una comparación? Bueno, a medida que las vacunas y otras medidas controlen el virus, más y más partes del mundo se unirán a otras en las que se han levantado los confinamientos, se han relajado las reglas de distanciamiento físico y es seguro salir de casa sin usar barbijo. Pero aún debemos esperar brotes de COVID-19 en los próximos años y debemos tener planes para lidiar con ellos a medida que surjan.
Sabiendo lo que sabemos sobre estos virus, estos planes deberían considerar controlar el SARS-CoV-2 más como lo haríamos con el norovirus que con la influenza. Con el norovirus, mantenemos a las personas infectadas alejadas de las demás. Les pedimos a los padres cuyos hijos tienen síntomas que no los lleven a la escuela. Y en hospitales y residencias de ancianos, los pacientes con norovirosis son atendidos separados de los demás, el personal usa equipo de protección personal para protegerse y las superficies se limpian en profundidad. El mane-jo de la COVID-19 en el futuro debería ser intervencionista en este sentido. Debería ser más parecido a vivir con el norovirus que con la influenza. Mientras tanto, hemos desarrollado algunos buenos hábitos de higiene durante la pandemia, como lavarnos las manos un poco más a menudo y ventilar mejor los edificios. Aquellos que pueden usar barbijo deben pensar en continuar usándolo en espacios cerrados y en el transporte público. Estas simples medidas deberían ayudar a detener la propagación de muchas enfermedades virales –ya sea la influenza, la norovirosis o la COVID-19– antes de que se necesiten intervenciones más importantes.
- Sarah Pitt es Profesora Principal de Práctica de Microbiología y Ciencias Biomédicas, y miembro del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Brighton.
Fuente: REC