La mala evolución de la pandemia ha malogrado la vuelta a las aulas de la comunidad universitaria para exámenes y docencia. Los responsables de las instituciones académicas defienden que “son espacios seguros”, aunque las últimas restricciones impuestas en muchos países han llevado a replantear la intención de abrir las clases y primar la educación a distancia. Es lo que reclaman los representantes de los estudiantes, que abogan por mantener de forma telemática la actividad ante el aumento de contagios y la falta de “adaptación”, en su opinión, de las instalaciones. Dos estudios han abordado la situación: uno de ellos admite el riesgo de que las universidades sean focos de supercontagio; pero otro concluye que se puede y se consigue conjurar esta amenaza.
El recelo ante la concentración de jóvenes en las aulas se debe a sus peculiaridades epidemiológicas. Solo 9,6% de los casos diagnosticados corresponde a jóvenes de entre 15 y 24 años, según los datos de la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, se han detectado picos de entre 15% y 20% en la franja comprendida entre los 20 y los 29 años tanto en Europa como en América.
Si bien muchos jóvenes no enferman ni necesitan una cama en las unidades de cuidados intensivos, no son inmunes a desarrollar los efectos graves de la COVID-19. Pero el riesgo no solo es por la incidencia entre los estudiantes. Un mayor contacto social y el hecho de que muchos de ellos no desarrollan síntomas puede facilitar el contagio a los docentes, el personal universitario y a las comunidades en las que viven.
Uno de los estudios afirma que las universidades suponen un riesgo real de desarrollar una incidencia extrema de la COVID-19.
Un total de 14 de las 30 universidades estudiadas mostraron un pico de casos en las dos primeras semanas de clase. En ellas, seis mantenían docencia principalmente en línea, seis con modelos mixtos (presenciales y a distancia) y dos con clases presenciales. La incidencia máxima (el doble que la media nacional) se registró en las universidades estudiadas en el primer trimestre, cuando, por el contrario, en el mismo periodo se había registrado una menor tasa media de contagios en el país. Esto sugiere que estos brotes universitarios iniciales no están relacionados con la dinámica nacional de los brotes. En su lugar, son eventos locales inde-pendientes impulsados por la reapertura del campus y la vuelta de los estudiantes. Los resultados confirman el temor de que las universidades podrían convertirse en los nuevos puntos calientes de la transmisión de la COVID-19.
En este sentido, la mayoría de los campus universitarios responde con éxito a los brotes y reducen sus números de reproducción rápidamente, muy por debajo de uno, en dos o tres semanas, por ejemplo, al pasar temporalmente a la formación en línea. La mayoría de las universidades son capaces de gestionar rápidamente sus brotes y suprimir las infecciones en todo el campus, mientras que las comunidades vecinas tienen menos éxito en el control de la propagación del virus.
Control de los contagios
Otro estudio defiende que el distanciamiento físico y la obligatoriedad de llevar barbijo pueden prevenir la mayoría de los casos de COVID-19 en los campus universitarios, y es muy rentable. Si a estas medidas se le añaden pruebas rutinarias, se evitaría 96% de las infecciones.
Este estudio tampoco descarta que las facultades puedan convertirse en focos de contagio. Debido a que los estudiantes viven en estrecho contacto, aumenta la probabilidad de transmisión. Además, la presencia de personal docente o laboral de más de 55 años en las facultades aumenta el riesgo de mortalidad por COVID-19. Sin embargo, al igual que el otro estudio, mantiene que el control de la pandemia en las universidades es eficaz, fácil y con un costo asumible.
La investigación concluye que, incluso si los campus permanecen cerrados, es probable que haya muchas infecciones entre los profesores y entre los estudiantes que regresan a sus casas o a sus viviendas alrededor de la ciudad universitaria. Sin embargo, advierte que la cancelación de eventos universitarios unida a mantener el más amplio distanciamiento físico, un modelo de educación a distancia y presencial así como el uso de barbijo evitaría 87% de las infecciones entre los estudiantes y profesores. Según este estudio, centrado en instalaciones de Estados Unidos, el costo sería de 170 dólares por infección prevenida.
La máxima eficacia de las medidas de prevención, según este estudio, se alcanzaría si a las estrategias mencionadas se sumara la realización de testeos cada dos semanas entre los estudiantes, aunque no presenten síntomas. El porcentaje de infecciones evitadas se elevaría a 96%.