Las medidas de confinamiento impuestas para combatir la propagación de la COVID-19 pueden aumentar las muertes por tuberculosis en 1,4 millones durante los próximos cinco años y los contagios en hasta 6,3 millones más de lo esperado antes de la pandemia.
Si bien la comunidad científica y médica ya se han planteado el freno que la COVID-19 va a suponer en la lucha contra algunas enfermedades como la malaria, el VIH o la tuberculosis, este análisis aporta por primera vez cifras concretas sobre lo que puede ocurrir en los próximos cinco años con el avance de esta última, que solo en 2018 mató a 1,5 millones de personas en el mundo y contagió a 10 millones, según la Organización Mundial de la Salud. La erradicación de la tuberculosis para antes de 2030 es uno de los propósitos recogidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por la Organización de Naciones Unidas.
Para medir el potencial impacto de la COVID-19 en la lucha contra la enfermedad, los investigadores plantearon dos interrogantes. El primero, cuánto pueden afectar las medidas restrictivas a corto plazo en la incidencia y mortalidad por tuberculosis en los próximos cinco años en aquellos países con mayor carga viral. El segundo, cómo y cuánto tiempo se tardará en restaurar los mecanismos de lucha contra la enfermedad una vez hayan finalizado las mencionadas medidas de contención de la COVID-19.
Sobre las restricciones, se ha observado que han ayudado a aplanar la curva en los países que las han impuesto, pero al mismo tiempo son contraproducentes en la batalla contra otros males. En el caso de la tuberculosis, el confinamiento significa hacinamiento para los mil millones de personas que residen en asentamientos informales en el mundo, con malas condiciones de salubridad e higiene. Este es el caldo de cultivo perfecto para la transmisión de la enfermedad, que se produce cuando un contagiado expulsa bacilos tuberculosos al aire al toser o estornudar. Basta con que una persona inhale unos pocos para quedar infectada.
La otra razón es que los cierres de fronteras y las restricciones de movimiento pueden impedir “potencialmente” el envío de suministros médicos. En el caso de la tuberculosis, la adherencia al tratamiento es clave para la recuperación del paciente. Y, de hecho, interrumpir los ciclos de medicación puede conllevar que la enfermedad rebrote en su versión más resistente, lo que implica una curación más larga, costosa, dolorosa y con más efectos secundarios.
Para obtener los resultados, se han simulado varios escenarios, tomando los datos obtenidos en tres países donde se han impuesto medidas de confinamiento contra la COVID-19: India, Kenya y Ucrania en escenarios mejores y peores, es decir: qué ocurriría con distintos periodos de confinamiento primero y de recuperación después. Esto último se refiere al tiempo en que un país tardaría en restaurar los servicios habituales de diagnóstico y tratamiento de la tuberculosis. El mejor escenario fue el de dos meses de confinamiento y otros dos meses de recuperación de servicios. El peor: tres meses de confinamiento y 10 meses de recuperación de los servicios.
Los resultados obtenidos se extrapolaron para crear estimaciones globales. Con el modelo de India se realizaron proyecciones para países con alta carga de tuberculosis en los que existe la implicación del sector privado en su erradicación; el modelo de Kenya se tomó como ejemplo de países donde el VIH es un impulsor de la tuberculosis; y el modelo de Ucrania dio una idea de las proyecciones en países con una alta proporción de la enfermedad en su versión resistente a los medicamentos. No obstante, los resultados son muy conservadores, porque no han tenido en cuenta las interacciones entre la tuberculosis y la COVID-19, aunque los primeros análisis en este campo apuntan a que la tuberculosis puede agravar los síntomas de los enfermos de COVID-19.
Los resultados señalan un retroceso de entre cinco y ocho años en la lucha contra la enfermedad después de años de avances, pues se obtienen cifras de contagio y mortalidad similares a las de 2015. El aumento de muertes de 1,4 millones y de contagios en 6,3 millones corresponden al peor escenario, aquel en el que el confinamiento dura tres meses y el periodo de restauración de servicios dura diez.
Cualquier aumento de enfermos por tuberculosis que acumule un país durante este periodo de crisis puede dificultar el control de la infección durante, al menos, los próximos cinco años. La restauración rápida de los servicios es crítica para minimizar estos impactos adversos.
La razón es que, durante un período de confinamiento, las dificultades para diagnosticar e iniciar tratamiento van a dar lugar a un grupo cada vez mayor de enfermos no detectados, y eso contribuirá a una expansión mayor en los años venideros. Por eso también hacen falta medidas complementarias, con un enfoque en la reducción del grupo prevalente de tuberculosis. Dichas medidas deben combinar la participación comunitaria intensiva, los trabajos de concienciación de la importancia de mantener los servicios de diagnóstico y tratamiento y la búsqueda activa de casos, incluyendo la ampliación rápida del rastreo de contactos para compensar los diagnósticos perdidos durante el período de cierre.
Puede consultar el informe completo, en inglés, haciendo clic aquí.
Fuente: REC
Foto: Michael Williams II on Unsplash