Autor: Gonzalo Casino es licenciado y doctor en Medicina. Trabaja como investigador y profesor de periodismo científico en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
El tempo de la ciencia no es el del periodismo ni el de las emergencias sanitarias. La investigación científica es un proceso metódico y ordenado, en el que es tan importante la imaginación creativa (basada en la observación experta) como el registro transparente de datos fiables, para asegurar así la reproducibilidad. En la ciencia no valen los atajos ni suelen ser buenas las prisas, que pueden malograr el trabajo y a menudo conducen a la casilla de salida. Los medios de comunicación y los ciudadanos están dándose cuenta de la importancia de los datos para resolver las preguntas que plantea la pandemia y de que las respuestas de la ciencia tienen su tempo y llevan su tiempo. En su confinamiento atento, muchos se percatan de que el “vísteme despacio, que tengo prisa” también vale para la investigación.
No hacen falta grandes competencias en estadística para percatarse de que faltan datos sobre la pandemia, que muchos –por incompletos– no son fiables y que los registros que no miden lo mismo no son comparables. La tasa de letalidad de la enfermedad (la proporción de pacientes que mueren entre los infectados), uno de los principales indicadores de la gravedad de la infección, es muy difícil de estimar si los muertos por la enfermedad por el coronavirus
2019 (COVID-19) se contabilizan con criterios diferentes entre países y si no se conoce con certeza el número de infectados. Que esto sea así, incluso en los países de la Unión Europea, puede resultar sorprendente, pero la coordinación en situación de emergencia no se improvisa. Y la primera condición para poder dar respuestas científicas y sanitarias a la pandemia es trabajar con datos fiables.
“Test, test, test”, urgía el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, el 16 de marzo, porque “no podemos detener esta pandemia si no sabemos quién está infectado”1. Los medios han ido dando cuenta en las últimas semanas de las grandes diferencias entre países en la aplicación de esta recomendación y, por consiguiente, de la falta de datos. Pero también han ido informando sobre test fraudulentos y de escasa sensibilidad, de la aprobación por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos de un nuevo test que da resultados en cinco minutos, de las dificultades para realizarlos en algunos países y, en fin, de los dos tipos de test que hacen falta. Por un lado, están los diagnósticos, de los que más se habla, para identificar a las personas infectadas; y, por otro, los serológicos, para identificar a quienes han desarrollado anticuerpos por haber sufrido la infección, ya sea como enfermedad más o menos grave o de forma asintomática. Los datos de estos últimos test van a ser necesarios para saber el porcentaje de población que ha desarrollado inmunidad y puede hacer de “escudo humano” frente a la propagación.
Sin embargo, muchas de las cuestiones médicas y científicas relacionadas con la pandemia, por no hablar de las económicas y sociales, están rodeadas de una gran incertidumbre. La COVID-19 está enseñando al gran público, entre otras cosas, que el camino de la ciencia va de la incertidumbre a la certeza, que no tiene una meta definitiva y que se recorre con titubeos (las principales revistas científicas han publicado artículos sobre la COVID-19 que luego han tenido que retirar por falsos). Y está mostrando también que esta incertidumbre tiene una cara más dramática cuando hay que tomar decisiones y se cometen errores (el editorial de Richard Horton en la revista The Lancet del 28 de marzo es demoledor contra los responsables del Sistema Nacional de Salud (NHS) británico2, que era la joya de la corona). La realidad de muchos sistemas sanitarios es más cruda de lo que se suponía y la capacidad de respuesta científica es limitada, como se está constatando en los países que más han escamoteado recursos en sanidad e investigación. También se está comprobando que no es fácil implementar respuestas globales basadas en la inteligencia artificial, el big-data y la ciencia ciudadana. Hay quien habla ya de cómo hacer frente, de forma más universal y coordinada, a una segunda ola de la actual pandemia o una nueva pandemia por un virus todavía desconocido. Porque la globalidad es precisamente esto.
Referencias:
- Ver ‘Los que se recuperen de la COVID-19 deben seguir aislados por 15 días’ en Reporte Epidemiológico de Córdoba N° 2.295, de fecha 18 de marzo de 2020, haciendo clic aquí.
- Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.