Se agota el tiempo para curar la gonorrea

Este año se confirmaron los peores temores de los expertos en salud con el descubrimiento de un caso de supergonorrea.

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Mark King ha tenido tantas veces la gota matinal –como también se conoce a la gonorrea– que la ha rebautizado como “el chaparrón”. La primera vez fue a fines de la década de 1970, cuando era adolescente y vivía con sus cinco hermanos en Louisiana. Entonces
se le presentaron los síntomas que delatan la dolencia: ardor y dolor al orinar y una secreción espesa que dejaba una mancha en los calzoncillos.

King fue al hospital, donde dio un nombre y un número de teléfono falsos. Le recetaron rápidamente un tratamiento con antibióticos y lo mandaron a casa. Al cabo de unos años, los síntomas reaparecieron. Por esa época tenía 22 años y vivía en West Hollywood, donde esperaba lanzar su carrera como actor.

Aunque se lo había contado a sus padres, ser homosexual en Louisiana no tenía nada que ver con serlo en Los Ángeles. Una de las razones es que, en Louisiana, la homosexualidad fue ilegal hasta 2003, mientras que en California se legalizó en 1976.

En el activo ambiente gay de Los Ángeles, King pudo entregarse por primera vez libremente a su sexualidad. Frecuentaba las saunas y conocía a hombres en las discotecas y las abarrotadas aceras. Proliferaban las ocasiones de tener relaciones sexuales.

“El hecho de que no fuésemos una cultura plenamente constituida más allá de esos espacios era lo que nos unía como grupo. El sexo era lo único que nos permitía reivindicarnos como personas LGBT”, recuerda.

Cuando King entró en el edificio de ladrillo del hospital, situado a pocos pasos del epicentro de la noche gay en Santa Mónica, luciendo su espeso cabello rubio ceniza con reflejos rojizos, echó un vistazo a la sala. Estaba llena de homosexuales. “¿Qué haces cuando tienes 22 años y eres gay? Pues ligar con otros hombres. Me recuerdo sentado en la sala ligando”, cuenta riendo. “1982 fue mi ‘Verano del Amor’. Era un juego constante, y yo un adolescente a la caza”.

Igual que unos años atrás, el médico le dio un puñado de antibióticos. Tenía que tomarlos unos cuantos días y la infección desaparecería. Nada serio. King lo describe como “pan comido”. “Era un precio bajo por estar activo”. No obstante, en muchos sentidos era la calma que precedía a la tormenta.

Cuando King volvió a contraer la gonorrea en la década de 1990, fue un gran alivio comprobar que el tratamiento consistía en una única dosis. La penicilina ya no era eficaz.

Entonces se recomendaba la ciprofloxacina, que se administraba de una sola vez. A ojos de King, contraer la gonorrea era una minucia. Sin embargo, lo que el cambio indicaba en realidad era que los tratamientos habían empezado a dejar de funcionar.

La bacteria Neisseria gonorrhoeae se estaba volviendo resistente a casi todos los medicamentos utilizados hasta entonces para combatirla.

El problema de la resistencia a los antibióticos

Cuando, en 1945, Alexander Fleming recibió el Premio Nobel de Medicina por el descubrimiento de la penicilina, concluyó su discurso con una advertencia: “Existe el riesgo de que el hombre ignorante tome una dosis inferior a la indicada y que, al exponer sus microbios a cantidades no letales del fármaco, los vuelva resistentes”. En otras palabras,
conocemos la capacidad de las bacterias de desarrollar resistencia a los medicamentos desde los inicios de la era de los antibióticos.

El Dr. Manica Balasegaram es director de la Alianza Mundial para la Investigación y el Desarrollo de Antibióticos (GARDP), con sede en Genève. Se trata de un proyecto conjunto de la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDi) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuyo objetivo es desarrollar tratamientos nuevos y
mejores para las infecciones bacterianas.

“Todos los antibióticos tienen fecha de caducidad. Es la evolución. La pregunta es cuánto va a tardar en llegar”, afirma. La resistencia a los antibióticos es una de las mayores amenazas a la salud mundial, la seguridad alimentaria y el desarrollo. Infecciones tan frecuentes como la neumonía o la tuberculosis son cada vez más difíciles de curar.
La alianza GARDP, sin embargo, ha decidido centrar su atención en la gonorrea como una de sus cuatro prioridades.

Esta infección de transmisión sexual (ITS) captó el interés de Balasegaram por diversas razones. Por una parte, muchos de los antibióticos que se emplean actualmente contra la gonorrea suelen utilizarse también para otras infecciones, y N. gonorrhoeae es capaz de adquirir resistencia de otras bacterias con una rapidez increíble, lo que significa que puede desarrollarla en muy poco tiempo. En segundo lugar, es una dolencia que va acompañada por toda una serie de efectos para la salud que pueden ser graves y tener consecuencias devastadoras. “La gonorrea es la principal ITS y la que más nos preocupa”, resume Balasegaram.

Se calcula que la dolencia afecta cada año a 78 millones de personas, lo cual la convierte, según la OMS, en la segunda infección bacteriana transmitida a través del contacto sexual con más casos registrados después de la clamidiosis.

La enfermedad puede causar infecciones en los genitales, el recto y la garganta. Algunos de sus síntomas son las secreciones de la uretra o la vagina y la uretritis, o ardor al orinar, provocada por la inflamación de la uretra. No obstante, es corriente que los afectados no presenten síntomas. En consecuencia, no son diagnosticados ni reciben tratamiento.

Las complicaciones de una infección no tratada pueden ser graves y afectan en mayor proporción a las mujeres, ya que la ausencia de síntomas es más frecuente entre ellas. Si no se medica, la gonorrea no solo aumenta el riesgo de contraer sida, sino también el de sufrir una inflamación pélvica, que puede causar embarazos ectópicos e infertilidad.
Además, en el caso de las mujeres embarazadas existe el riesgo de que la enfermedad se transmita al feto y le provoque ceguera.

Acabar con la amenaza de la gonorrea resistente no será fácil. Desarrollar un nuevo antibiótico entraña dificultades difíciles de sobrevalorar. ¿Disponemos de fondos para investigación y desarrollo I+D)? ¿Quién tendrá acceso al antibiótico? Y, lo más importante, ¿cómo se controlará su uso de manera que se pueda retrasar su fecha de caducidad?

La búsqueda de un nuevo antibiótico para la gonorrea es especialmente problemática debido a la frecuencia de las infecciones asintomáticas unida a la capacidad de la enfermedad para adaptarse al sistema inmune de su anfitrión y desarrollar resistencia a los fármacos.

Una de las mayores preocupaciones es que, como N. gonorrhoeae puede vivir en la garganta sin que la persona lo advierta, el microbio puede adquirir resistencia de otras bacterias presentes en el mismo entorno que hayan sido expuestas a antibióticos en el pasado. Dado que se ha comprobado que el sexo oral cada vez es más frecuente en
algunas partes del mundo, esta característica en particular supone un importante obstáculo.

“El sexo oral estimula la resistencia”, afirma Teodora Wi, médica del Departamento de Salud Reproductiva e Investigaciones Conexas de la OMS en Genève, refiriéndose en particular a Asia.

Estos problemas y estas preocupaciones atrajeron a Balasegaram quien, a pesar de todo, está más decidido que nunca a llevar un nuevo fármaco al mercado. “La gente muere debido a las infecciones resistentes a los medicamentos.

La causa es que no se ha dado prioridad a esta área de I+D porque hay otras mucho más lucrativas”, denuncia. “Los antibióticos son un bien público mundial. No me parece fácil asignarles un valor financiero”. Recientemente, la OMS realizó una recogida de datos dirigida a analizar la tendencia de la gonorrea resistente a los fármacos en los 77 países participantes en el Programa de Vigilancia de la Resistencia de los Gonococos a los
Antimicrobianos (GASP) de la organización. En él, una red mundial de laboratorios regionales y subregionales sigue la pista a la aparición y difusión de la resistencia. Los resultados son desalentadores.

Más de 80% de los países que facilitaron datos sobre la azitromicina, un antibiótico de prescripción frecuente empleado para tratar numerosas infecciones habituales, entre ellas las ITS, descubrieron casos de resistencia.

Lo más alarmante es que 66% de los países en los que se realizó la encuesta declararon que se habían encontrado con ejemplos de resistencia a los antibióticos de último recurso denominados cefalosporinas de amplio espectro (ESC). A esto se añade, como señala Wi, que la imagen real es sin duda más sombría, ya que el control de la resistencia de la gonorrea en el mundo es desigual, y se lleva a cabo sobre todo en los países más ricos y con más recursos.

Por ejemplo, solo unos pocos de los 77 países que intervinieron en el estudio pertenecen a África Subsahariana, una zona con altas tasas de gonorrea. “Lo que vemos es la mitad de la imagen. Tenemos que prepararnos para el futuro, cuando no haya curación”, concluyó la doctora.

Una señal de que el tiempo se agota es que en marzo de este año se confirmaron los peores temores de los expertos en salud con el descubrimiento de un caso de supergonorrea, calificado del “más grave de la historia”, en un hombre que había acudido a una clínica de salud sexual de su localidad. Al parecer, había tenido relaciones sexuales con una mujer en el Sudeste Asiático.

Las autoridades sanitarias declararon que era la primera vez que una cepa no se podía curar con ninguno de los antibióticos utilizados normalmente para combatir la enfermedad. Aunque, entretanto, el paciente respondió a otro antibiótico, los médicos aseguran que “tuvo mucha suerte”. El caso es un indicio de una crisis mayor que no conoce fronteras.

Turismo sexual y gonorrea en Asia

Tailandia se encuentra en primera línea de la lucha contra la gonorrea resistente a los antibióticos. El país es uno de los principales destinos del turismo sexual, en el que las ITS, la gonorrea entre ellas, se pueden propagar con facilidad y rapidez más allá de sus fronteras. Y, al igual que muchos otros países de la zona, en él la venta de antibióticos sin receta es una práctica habitual. En consecuencia, los pacientes se exponen a sí mismos a que se les prescriba el medicamento equivocado, o a peligros aún peores.

En un distrito próximo a Bangkok, capital de Tailandia, nos reunimos con un farmacéutico llamado Boontham. El encuentro tiene lugar en el abarrotado almacén de la empresa de hierbas medicinales ‒mucho más lucrativa que su farmacia‒ que también dirige. Está lleno hasta el techo de cajas de pastillas hechas a base de una gran variedad de hierbas de las que nunca hemos oído hablar.

El gasto que supone visitar a un médico y el estigma que rodea a las ITS son la causa de que muchos tailandeses confíen en farmacéuticos como Boontham para que les curen la gonorrea. Sin embargo, es posible que el hombre esté haciendo más mal que bien.

Aunque se licenció en Farmacia y lleva más de 30 años en la profesión, desconoce por completo las directrices del país para el tratamiento de la enfermedad. De hecho, se ha quedado más de una década atrás. Como es lógico, Boontham es incapaz de diagnosticar con precisión a los pacientes, sobre todo porque los síntomas de la gonorrea se parecen a los de la clamidiosis. “Si llevas mucho tiempo haciéndolo, te limitas a lo que tienes que hacer, que es basarte en conjeturas fundamentadas. Por ahora utilizo ciprofloxacina para tratar la gonorrea. Si no hace efecto, su-pongo que se trata de clamidiosis”, declara.

Al oír que en Tailandia, como en muchos otros países, se ha comprobado que, por lo general, la gonorrea generalmente resiste a la ciprofloxacina, y que en su país se dejó de prescribir hace más de una década, responde: “No es verdad. Incluso los médicos la utilizan. Yo la prescribo porque es barata. En los hospitales recetan antibióticos nuevos más eficaces, pero son más caros”.

Los estudios han demostrado que, en los países en los que los antibióticos se despachan sin receta, la gente suele acudir al farmacéutico más que al médico. No obstante, aunque los expertos reconocen que restringir la venta de antibióticos ‒en particular en las zonas rurales y remotas donde escasean los verdaderos médicos, si es que hay alguno‒ no es la solución, sigue representando uno de los principales desafíos en la lucha contra las infecciones re-sistentes a los fármacos.

“El problema es que, cuando vas a la farmacia y tomas antibióticos, es posible que los síntomas desaparezcan, pero que todavía tengas la enfermedad. Eso significa que la puedes transmitir y causar más resistencia”, explica Wi.

La libre distribución de antibióticos sin receta no se limita solo a Tailandia. Se trata de un enorme problema que no deja de crecer y que causa preocupación en toda la zona, así como en otras partes del mundo, sin que se sepa con claridad cómo afrontarlo.

También en los países ricos, donde cabría esperar que existiesen unas directrices de tratamiento más estrictas, se han distribuido antibióticos que probablemente habían dejado de hacer efecto a los pacientes de gonorrea. De hecho, un estudio descubrió que en Inglaterra muchos médicos de cabecera recetaban ciprofloxacina a pesar de que se había dejado de recomendar para el tratamiento de la gonorrea desde 2005. En 2007, las recetas de este antibiótico seguían representando casi la mitad de las extendidas contra la enfermedad, y en 2011 los médicos de familia la recetaban en 20% de los casos.

Fuente: REC