La evidencia científica no cambia las actitudes antivacunas

Con solo mostrar evidencia científica favorable a la aplicación de vacunas no se logrará cambiar las actitudes de las personas que desconfían de ellas, pues sus motivaciones para negar el consenso científico sobre la vacunación son más profundas y tampoco dependen de su nivel educativo.

0
2989

Una encuesta aplicada a 5.323 personas de 24 países reveló que las personas que están en contra de las vacunas o desconfían de su efectividad suelen ser más proclives a creer en conspiraciones, les gusta sentirse rebeldes o diferentes y mantener actitudes poco populares, como ser escépticos del cambio climático.

Los antivacunas “son personas que sospechan de las farmacéuticas y las intervenciones occidentales, y que además disfrutan sentirse diferentes por tener una opinión minoritaria”, dijo Matthew Hornsey, de la Universidad de Queensland, y autor principal del artículo.
Además, son más renuentes a las agujas y a la sangre. “Para estas personas ser antivacunas es una forma de evitar algo que les provoca ansiedad”, dice Hornsey, quien señala que el nivel educativo, en cambio, no constituye una verdadera diferencia.

La encuesta incluyó cuatro criterios: antivacunas, creencia en conspiraciones, disgusto a las agujas y a la sangre, e individualidad de pensamiento. Para cada uno, los encuestados podían escoger cinco rangos de respuesta.

Por ejemplo, para evaluar su creencia en conspiraciones, las personas debían elegir entre un rango de 1 a 5 (en el que 1 significaba ‘estoy fuertemente en desacuerdo’, y 5 ‘estoy fuertemente de acuerdo’) ante oraciones como: “La princesa Diana fue asesinada”; “Estados Unidos sabía que sucedería el atentado a las torres gemelas y lo dejó
pasar” o que “La élite mundial intenta crear un nuevo orden mundial”.

Los investigadores correlacionaron el grado de acuerdo con cada teoría conspirativa y combinaron los cuatro elementos en una escala única para tener un promedio por ciudadanos de cada país. Por cada criterio utilizaron frases distintas. Algunas de las frases para evaluar las actitudes antivacunas, fueron: “Los niños reciben más vacunas que
las que son buenas para ellos” o “Una vacuna no previene una enfermedad”.

Los ciudadanos de los cuatro países de América Latina incluidos en la muestra (Argentina, Brasil, Chile y México) registraron niveles de creencia en conspiraciones y actitud antivacuna, por separado, más altos que el promedio.

Pero la relación entre ambos criterios resultó más baja en América Latina que en otros países industrializados como Alemania, Canadá y Nueva Zelanda.

“Es probable que esta relación sea más fuerte en los países ‘ricos’ debido a que tienen una mayor penetración de internet y ahí es donde las comunidades conspirativas viven y prosperan”, sospecha Hornsey.

En Argentina, por ejemplo, tras analizar cómo se comportan los movimientos antivacunas a través de las redes sociales, la investigadora en salud y población en la Universidad de Buenos Aires, Josefina Brown, confirmó que las nuevas tecnologías permiten que, al menor costo posible, se difundan tendencias individualistas y dudas sobre el poder de la medicina.

Brown encontró que “en los sitios web, tanto el contenido como las imágenes procuran alimentar diversos miedos sociales y se plantean términos negativos y espectaculares”, pero al mismo tiempo, los usuarios exigen más información sobre los beneficios y perjuicios de las vacunas “a fin de justificar la injerencia arbitraria del Estado sobre las personas cuando las obliga a vacunarse contra su voluntad”.

En Brasil, el Ministerio de Salud ha encontrado varios grupos de Facebook, que hasta 2017 sumaban más 13.000 seguidores, en los que colectivos de padres antivacuna comparten noticias publicadas en blogs, la mayoría de otros países y en inglés, sobre supuestas reacciones a las vacunas, como el autismo. Esos grupos parecen estar logrando éxito en sus campañas antivacuna: en 2017, sólo 76,7% de la población objetivo recibió la segunda dosis de la vacuna triple viral, que protege contra el sarampión, la parotiditis y la rubéola, según información del Ministerio de Salud brasileño.

El riesgo de que haya personas convencidas de la ineficacia de las vacunas es que dejan de vacunarse ellos y sus hijos. En Europa, un reciente brote de sarampión ha afectado ya a más de 7.000 personas, en su gran mayoría no vacunadas, por lo que se responsabiliza a los movimientos antivacunas.

“Solo se necesita un pequeño número de personas que no se vacunen para perder la ‘inmunidad colectiva’ y que reaparezcan enfermedades”, explica Hornsey.

De acuerdo con la Confederación Nacional de Pediatría de México, debido a los grupos antivacunas, en América Latina han resurgido enfermedades como la tos convulsa, la difteria y el sarampión, que se consideraban controladas.

De ahí la importancia de que haya una comunicación más efectiva relacionada con las vacunas. De acuerdo con el estudio de Hornsey, el problema es que usar la evidencia como argumento a favor de la vacunación no es suficiente, e incluso puede ser contraproducente.

Esto lo explica el neurocientífico argentino Pedro Bekinschtein como un problema de identidad: “Cuando alguien se enfrenta con evidencias que contradicen lo que cree, en vez de cambiar sus creencias, las fortalece. Porque si sus creencias caen, sienten que también se cae una parte de lo que los hace ellos mismos”.

En un artículo previo1, enfocado en grupos negacionistas del cambio climático, Honsey y sus colegas probaron que estas personas pueden adoptar acciones a favor del ambiente si se les muestra que la mitigación propicia una mejor sociedad en vez de enfocarse en la realidad y los riesgos del cambio climático.

“Reiterar la evidencia sobre el cambio climático no propicia un cambio en las mentes de los escépticos porque no aborda los factores psicológicos que los hacen rechazar la ciencia. Muchos escépticos sospechan que detrás del cambio climático hay un gran gobierno y un compromiso con los mercados libres. Así que si les mostramos que existen soluciones para mitigar el clima que simpatizan con la industria y las grandes empresas, entonces muchos de ellos ya no sienten la necesidad de rechazar la ciencia”, afirma Hornsey. Según el autor, eso mismo puede hacerse también con la comunicación para abatir los movimientos antivacunas. “Hay que trabajar con las creencias conspirativas, no ir contra ellas”, puntualiza.2

  1. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí (requiere suscripción).
  2. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.