Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford en California (EEUU) han vinculado el síndrome de fatiga crónica con variaciones en 17 proteínas de señalización del sistema inmune, o citocinas, cuyas concentraciones en la sangre se correlacionan con la gravedad de la enfermedad. Los resultados, que proporcionan pruebas de que la inflamación es un poderoso motor de esta misteriosa condición, cuyos fundamentos han sido analizados por los investigadores durante 35 años, han sido publicados en ‘Proceedings of the National Academy of Sciences‘.
Se trata de una enfermedad sin cura conocida o incluso sin tratamientos eficaces, además es muy difícil de diagnosticar. Tres de cada cuatro afectados son mujeres, por razones que no se entienden, y se caracteriza por afecta a los adolescentes de 15 a 20 años y entre los 30 y 35 años. “El síndrome de fatiga crónica puede convertir una vida de actividad productiva en una de dependencia y desolación”, ha señalado José Montoya, profesor de enfermedades infecciosas, quien es autor principal del estudio. Algunas recuperaciones espontáneas ocurren durante el primer año, pero rara vez después de que haya persistido más de cinco años. “Ha habido mucha controversia y confusión alrededor de la fatiga crónica, incluso si se trata de una enfermedad real”, ha señalado Mark Davis, profesor de inmunología y microbiología y director del Instituto de Inmunidad, Trasplante e Infección de Stanford, quien considera que se trata de “una base sólida para un análisis de sangre de diagnóstico”.
“Nuestros hallazgos muestran claramente que es una enfermedad inflamatoria y proporcionan una base sólida para el diagnóstico a través de un análisis de sangre”, ha añadido. Muchos, pero no todos, los pacientes de experimentan síntomas parecidos a los de la gripe común en las enfermedades provocadas por la inflamación, ha señalado Montoya. Pero debido a que sus síntomas son tan difusos -a veces se manifiestan como problemas cardíacos, a veces como trastornos mentales apodados ‘niebla cerebral’, otras veces como indigestión, diarrea, estreñimiento, dolor muscular, nódulos linfáticos sensibles y así sucesivamente- a menudo no se diagnostica. Montoya, quien supervisa el estudio, se encontró con su primer paciente en 2004, una experiencia que dijo que nunca olvidará. “He visto los horrores de esta enfermedad, multiplicada por cientos de pacientes. Se ha observado durante 35 años, a veces con el peso de ser descrito como una condición psicológica, pero el síndrome de fatiga crónica no es en absoluto una ficción de la imaginación”, ha adviertido.
Antivirales, antiinflamatorios y fármacos inmunomoduladores han conducido a una mejoría sintomática en algunos casos, sin embargo, no existe ningún agente patogénico único que pueda ser visto como el desencadenante de la enfermedad. No obstante, la efectividad esporádica de los medicamentos antivirales y antiinflamatorios ha estimulado a Montoya a realizar un estudio sistemático para ver si la inflamación podría ser determinante.
Centro de Monitoreo Inmunológico Humano
Para atacar este problema, el investigador se puso en contacto con Davis, quien ayudó a crear el Centro de Monitoreo Inmunológico Humano. Desde su creación hace una década, el centro ha servido como un motor para el análisis inmunológico a gran escala, de datos intensivos de sangre humana y muestras de tejido. Dirigido por el coautor del estudio Holden Maecker, profesor de microbiología e inmunología, el centro está equipado para evaluar rápidamente las variaciones de genes y los niveles de actividad, las frecuencias de numerosos tipos de células inmunes, las concentraciones sanguíneas de decenas de proteínas inmunes, los estados de activación de los genes intercelulares Modelos de señalización, y más en una escala masiva.
Los científicos analizaron muestras de sangre de 192 pacientes de Montoya, así como de 392 sujetos de control sanos. La edad media de los pacientes y los controles fue de aproximadamente 50. La duración media de los síntomas de los pacientes fue algo más de 10 años. Es importante destacar que el diseño del estudio tuvo en cuenta la gravedad y duración de la enfermedad de los pacientes. Los científicos encontraron que algunos niveles de citoquinas eran más bajos en pacientes con formas leves que en los sujetos control, pero elevados en pacientes con manifestaciones relativamente graves. El promedio de los resultados puede reflejar diferentes predisposiciones genéticas, entre los pacientes, a progresar a leve frente a la enfermedad grave. Al comparar pacientes versus sujetos control, los investigadores encontraron que sólo dos de las 51 citocinas que midieron fueron diferentes. El factor de crecimiento tumoral beta fue mayor y la resistina fue menor en los pacientes con fatiga crónica. Sin embargo, los investigadores encontraron que las concentraciones de 17 de las citoquinas seguimiento de la gravedad de la enfermedad.
Trece de esas 17 citoquinas son proinflamatorias. El TGF-beta es a menudo considerado como un anti-inflamatorio en lugar de una citoquina pro-inflamatoria. Pero se sabe que tiene un carácter pro-inflamatorio en algunos casos, incluyendo ciertos tipos de cáncer. Asimismo, estos pacientes tienen una incidencia superior a la normal de linfoma, y Montoya especuló que la elevación de TGFbeta en pacientes podría resultar ser un vínculo. Una de las citocinas cuyos niveles corresponden a la gravedad de la enfermedad, la leptina, es secretada por tejido graso. Mejor conocido como un reportero de la saciedad que le dice al cerebro cuando el estómago de alguien está lleno, la leptina es también una sustancia pro-inflamatoria activa. En general, la leptina es más abundante en la sangre de las mujeres que en los hombres, lo que podría arrojar luz sobre por qué más mujeres que hombres tienen fatiga crónica. De manera más general, los resultados del estudio tienen implicaciones para el diseño de futuros estudios de la enfermedad, incluyendo ensayos clínicos que prueban el potencial de los fármacos inmunomoduladores como terapias.
Fuente: InfoSalus