Como sucede con la mortalidad materna y neonatal, la casi totalidad (98%) de estas muertes tienen lugar en los países de rentas medias y bajas, concentrándose principalmente en África Subsahariana y en países en conflicto. A diferencia de los avances en los indicadores de salud materna y neonatal durante la última década, en la cuestión de los mortinatos no ha habido avances.
¿A qué se debe?
En primer lugar, no hay un reconocimiento del problema por parte de las autoridades de salud, los profesionales o incluso de las mujeres, familias y comunidades donde se producen. Las muertes fetales constituyen una de las cuestiones más olvidadas en salud global.
La morti-natalidad no se contabiliza: no aparece en las estadísticas de salud global, ni en los principales informes o en las estrategias de salud materna-infantil. Por ello, los recursos para abordarla e investigar son escasos. Menos de 5% de las muertes fetales que se producen se registran, a menudo en base a criterios no estandarizados; solo 18 países en desarrollo disponen de datos fiables de morti-natalidad.
Además se trata de un tema silenciado en las comunidades donde se producen porque estigmatiza a las mujeres y familias. Lo que, a su vez, contribuye a opacar el verdadero impacto social y económico pero también psicológico que tienen. Además de la carga de muerte y enfermedad que supone para las mujeres –7.000 cada día viven esta experiencia–, se estima que 4,2 millones sufren actualmente depresión como consecuencia de una muerte perinatal.
¿Cómo avanzar?
En esta nueva etapa inaugurada por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, al igual que sucedió durante los Objetivos de Desarrollo del Milenio, no hay una meta específica de morti-natalidad. Sin embargo, la nueva estrategia de salud de la Organización de Naciones Unidas para mujeres, niños y adolescentes, ha incluido la reducción de las muertes fetales como uno de sus objetivos hasta 2030.
Además de mayor presencia en la agenda de desarrollo global, visibilidad e indicadores de progreso, la ampliación de la cobertura y la mejora de la calidad de la atención durante el embarazo y el parto es la clave y evitaría alrededor de la mitad de las muertes fetales que se producen actualmente. Lo cual pone de manifiesto, una vez más, la necesidad de contar con sistemas de salud sólidos o resilientes –en la nueva jerga de desarrollo– capaces de proporcionar atención antenatal y en el parto con carácter universal. Se trata de las intervenciones que más retorno tienen para la salud de los aún no nacidos, las madres y los neonatos, y a más largo plazo de niños y adolescentes, o sea los futuros adultos de las regiones en desarrollo.
Por otra parte, hay un número considerable de muertes fetales debidas a infecciones durante el embarazo, siendo la malaria en el embarazo la principal causa: una de cada cinco muertes fetales en África Subsahariana (220.000 al año). Exise una herramienta preventiva barata y muy efectiva como el tratamiento preventivo intermitente de la malaria (TPI) en el embarazo. Sin embargo, su cobertura es muy baja y no llega a la mayor parte de las mujeres que la necesita.
Actualmente, es obvio para toda la comunidad científica que el TPI es una intervención que puede evitar un gran número de muertes entre los aún no nacidos, las madres y los recién nacidos. Por ello, la investigación en torno a las barreras que dificultan aumentar la cobertura de intervenciones probadas, como el TPI, debería ser una prioridad en esta etapa, algo que no ha ocurrido hasta la fecha.
Fuente: REC