Ni una, ni dos, fueron tres las gotas que colmaron el vaso. Y cayeron en menos de 60 días, entre junio y julio del año 2014. Primero, en un congelador del campus de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), en Estados Unidos, alguien encontró por casualidad unos viales datados en 1954 que contenían virus de la viruela, una enfermedad erradicada hace más de 30 años1. Después, decenas de trabajadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) estadounidense fueron potencialmente expuestos a cultivos de ántrax2. Finalmente, una muestra de un tipo relativamente benigno de virus de influenza aviar se envió desde los CDC a otros laboratorios contaminada con la cepa A(H5N1), bastante más peligroso.
Algunos científicos ya tenían la mosca detrás de la oreja desde que en 2011 Ron Fouchier y Yoshihiro Kawaoka modificaron genéticamente el virus de la influenza aviar A(H5N1) y lo hicieron trasmisible en el hurón, el animal modelo para estudiar la influenza en mamíferos3. Pero fueron estos tres incidentes los que desencadenaron que el 17 de octubre de 2014 la Casa Blanca instaurara una moratoria con la que dejó de financiar aquellos proyectos que buscaban generar en el laboratorio virus más contagiosos y letales.
“Se estaban haciendo experimentos muy, muy peligrosos y nadie se había parado a pensar si era una buena idea, ni si las instalaciones y protocolos eran los adecuados”, denunció Marc Lipsitch, líder del grupo de científicos que promovió esta parada.
En un principio la medida detuvo las investigaciones que utilizaban técnicas de ganancia de función –que alteran las características de un virus– sobre la influenza, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS). Más tarde la moratoria se limitó solo a aquellos proyectos que buscaban alterar el virus de la influenza con mutaciones que lo hacían más transmisible, patogénico o resistente a fármacos.
Desde entonces, se han celebrado en Washington dos debates públicos en los que poco más de un centenar de científicos han discutido sobre el balance riesgo-beneficio de estos estudios. Quedan pocas semanas para que el Consejo Asesor Científico Estadounidense para la Bioseguridad (NSABB) transmita al gobierno federal cuáles son sus recomendaciones. La Casa Blanca será entonces quien decidirá cómo regular este tipo de estudios.
Boxeando sin guantes
Como si de un combate se tratara, Lipsitch, epidemiólogo de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), capitanea el Cambridge Working Group y pelea por restringir estos ensayos por sus posibles efectos colaterales.
“Hay poquísimos experimentos en los que un fallo de seguridad pueda causar una pandemia, pero el riesgo existe y no es desdeñable. Hay otras maneras diferentes y menos peligrosas de conseguir, si no la misma información científica, otra igualmente valiosa”, aseguró. Los argumentos de este grupo recuerdan que a lo largo de la historia, cada vez que un nuevo tipo de influenza ha logrado transmitirse en humanos, ha infectado a un cuarto o más de la población mundial en menos de dos años.
Al otro lado del ring, investigadores agrupados bajo el nombre de Scientists for science confían en las medidas de seguridad y en que los beneficios de generar virus con mutaciones peligrosas sobrepasen con creces el riesgo de una liberación accidental. “Los detractores tienen la idea absurda de que trabajos como el de la cepa A(H5N1) con hurones pueden conducirnos hasta un virus que mate a la mitad de la población humana. Primero, los hurones no son humanos, y segundo, el virus ni siquiera los mataba”, sentenció Vincent Racaniello, investigador en la Universidad de Columbia (New York).
Como Racaniello, el virólogo Adolfo García-Sastre es uno de los fundadores del grupo y tiene meridianamente claro lo que debe hacerse. “El riesgo cero no existe. No podemos obviar que en la naturaleza se generan constantemente virus mutados que pueden causar una pandemia”, aseguró desde su laboratorio en la Escuela de Medicina Icahn (Monte Sinaí, New York).
Según este científico, si uno quiere saber si un determinado virus puede volverse más virulento, no tiene más alternativa que investigar con ese y no con otro. “Estos experimentos no generan 40 mutaciones a la vez, sino tres o cuatro. Sabiendo la tasa de mutación del patógeno, se puede calcular la probabilidad de que el virus que se quiere construir ya exista en la naturaleza e infecte a humanos. Si se estima que de manera natural este patógeno no puede causar una pandemia, no tiene sentido hacer el experimento. ¿Para qué? Si en cambio se determina que sí, entonces puede hacerse. No se trata de tener riesgo cero, se trata de no aumentarlo”, dictaminó el investigador.
Más vacunas y vigilancia
Los defensores de los experimentos de ganancia de función con patógenos potencialmente pandémicos (PPP) enfatizan que los beneficios de la investigación básica pueden tardar mucho tiempo en verse reflejados en la práctica médica y que grandes descubrimientos han sido fruto de hallazgos fortuitos. Pero su asalto se basa principalmente en dos argumentos: que estos ensayos pueden mejorar la producción de vacunas y ayudar a la vigilancia de los virus en la naturaleza.
“Los experimentos que condujeron hasta la vacuna del sarampión en el año 1960 no podrían hacerse hoy para el virus de la influenza debido a esta moratoria”, denunció Racaniello.
Por su parte, aunque Lipsitch, promotor de la moratoria, admitió que las vacunas contra la influenza no son muy buenas, pero opinó que estos estudios en nada las mejorarán. “Tenemos docenas de vacunas buenísimas para otros patógenos y para ninguno de ellos tenemos una lista de mutaciones implicadas en la transmisibilidad. El problema con la influenza es que aún no sabemos cómo inmunizar a las personas de una manera más efectiva”, comentó.
García-Sastre defendió que la información obtenida daría pistas sobre dónde invertir esfuerzo y dinero. “Como no se pueden usar los impuestos para eliminar todos los virus de la influenza, porque hay muchísimos, es importante saber cuál supone un riesgo para los humanos. Por ejemplo, si se detecta en Inglaterra un caso de virus A(H5), las autoridades enseguida aíslan las aves infectadas y eliminan el brote. En cambio, no se hace nada si el virus es del tipo A(H9)”, aclaró el científico.
“El argumento de la priorización es razonable. Pero no tan bueno como dicen Scientists for Science, pues estas predicciones están lejos de ser perfectas”, concedió Lipsitch. Sin ir más lejos el virus de la influenza porcina que saltó a humanos y causó una pandemia en el año 2009 carecía de una de las mutaciones más importantes que habían identificado los estudios de ganancia de función. “Si nos hubiéramos basado en esta información para priorizar, no nos habríamos preocupado de esta cepa. No digo que estos estudios no tengan valor, pero la información que ofrecen se puede conseguir con otros métodos mucho menos peligrosos”, comentó Lipsitch.
Sospechas de un escape en el laboratorio
Las reservas que hoy esgrime del grupo de Cambridge llevan tiempo distrayendo al gran público en la gran pantalla, con películas como 12 monos, Resident Evil, Guerra Mundial Z y un largo etcétera. Van desde el uso de estos patógenos modificados en bioterrorismo (ahora o en el futuro, pues los métodos están publicados) hasta el escape accidental o intencionado del virus. Mientras los de Scientists for Science les acusan de exagerar el posible riesgo, ellos se defienden con que sus temores no son meras hipótesis.
Kawaoka y Fouchier, los defensores más acérrimos de los ensayos, han preferido no participar en este reportaje. Fue el mismo Kawaoka quien en un artículo levantó la liebre: el virus A(H1N1), conocido como ‘la gripe rusa’ que causó una pandemia en el año 1977, no tenía origen natural.
Lo que se sabe con certeza es que este virus era absolutamente idéntico a una cepa que había circulado en la década de 1950. A partir de aquí las explicaciones han ido oscilando a lo largo del tiempo entre un escape de laboratorio, su liberación intencionada como arma biológica o, la más popular ahora mismo, un error en un ensayo de desarrollo de vacunas. “Es difícil de saber. A mí lo que me parece curioso es que lo denunciara Kawaoka y que ahora afirme que ya no opina lo mismo, y que en su momento lo escribió por razones políticas”, comentó Lipsitch.
Hacerlo en el patio de atrás no es la solución
Para García-Sastre, aunque el debate es sano y necesario, la moratoria resulta demasiado amplia y ha detenido más ensayos de los que debería. Sin ir más lejos, su laboratorio se centra en investigar conceptos básicos de la replicación del virus de la influenza y la parada le ha afectado. Ahora le preocupa la decisión final. “Dependiendo de cuánta regulación se vaya a imponer, se necesitará demasiado tiempo para hacer cualquier tipo de experimento”, comentó.
En esta línea, una de las inquietudes que afloraron en el primer simposio señalaba a los experimentos para ver cuándo y cómo los virus se hacen resistentes a antivirales. “Son ensayos necesarios para las compañías que trabajan con estos fármacos. Estos estudios ya estaban muy regulados. Si a partir de ahora se necesita un año de papeleo para hacerlos en Estados Unidos pero pueden llevarse a cabo sin problemas en China, las compañías se irán allá, y no sabemos si las condiciones de biocontención de los laboratorios son las adecuadas”, comentó García-Sastre.
“Estamos teniendo una conversación estadounidense que excluye al resto del planeta”, denunció Laurie Garret, del Consejo de Relaciones Exteriores en New York, en el primer simposio. Esta experta intervino para denunciar que solo se estaban contemplando los beneficios y los riesgos desde el punto de vista de la población rica. Recordó que a lo largo de la historia nunca se han facilitado vacunas ni herramientas clínicas ni diagnósticas cuando una epidemia ha azotado a países pobres. “La mayor parte del planeta no tendrá acceso a los posibles beneficios”, aseguró Garret.
Lipsitch está totalmente de acuerdo y asegura que se necesita tanto una regulación internacional como la implicación de la población general. “Todos opinamos así, pero no tenemos grandes ideas de cómo hacerlo. De momento Estados Unidos puede ofrecer algo de liderazgo en este tema, y desde luego, organizar debates presenciales en Washington quizás no sea el mejor de los principios”, lamentó.
Referencias
- Ver ‘Estados Unidos, Maryland: Descubren en un laboratorio de la FDA frascos abandonados con el virus de la viruela’ en Reporte Epidemiológico de Córdoba N° 1.392, de fecha 10 de julio de 2014, haciendo clic aquí.
- Ver ‘Estados Unidos: Militares enviaron accidentalmente ántrax vivo a laboratorios del país’ en Reporte Epidemiológico de Córdoba N° 1.588, de fecha 29 de mayo de 2015, haciendo clic aquí.
- Ver ‘El más peligroso virus jamás creado’ en Reporte Epidemiológico de Córdoba N° 815, de fecha 21 de diciembre de 2011, haciendo clic aquí.
Fuente: REC